jueves, 24 de noviembre de 2011

Beso fiado



Te quisiste levantar de la mesa en la que le dabas clase de Inglés en la oficina. Estuviste a esto de hacerlo. Levantarte, rodearla, ir hasta donde estaba él, agacharte un poco interponiéndote entre él y el video de la listening comprehension, y chantarle un beso afirmativo y preguntón en la mitad de la boca. Y mirarle la cara, a ver qué hacía con la novedad. Pero no, imposible nena. Estaba casado. Bueno, vos también, y como si todo fuera poco, estabas embarazada de ocho meses de tu segundo hijo. “Qué va a pensar, ¡si estoy hecha una ballena, cuadrada como un bombero! ¡Que soy una loca!”. Así que te quedaste en la silla nomás, abarajando hormonas un rato hasta que terminó la hora, se saludaron y te fuiste.


Tuviste que esperar unos cuantos meses más para que la casualidad y unos amigos que faltaron a la cita te dejaran sola con él en el microcine en donde daban esas jornadas de ópera y ballet. Aïda en el Metropolitan, dirigida por Levine, con Plácido Domingo y explicación previa y todo. No habías visto antes una ópera completa, y te conmoviste ahí en lo oscuro al lado de él, sintiendo su antebrazo en su butaca, oliendo el perfume (¿era Carolina Herrera?) que su barba medio bohemia dosificaba al aire tan bien. Cuando terminó salieron casi en silencio, haciendo alguno que otro chiste nervioso. Sabías que era mutuo, pero que había muchos papeles de por medio. Y miedos. Y era una ciudad chica. Y qué hago, la puta madre!!!! Qué hago???!!!

Y en el auto, mientras te llevaba a la cena en donde tu marido y el nene te esperaban, él hizo algún comentario zonzo como para romper el silencio que vibraba tenso como una cuerda de violín, y vos lo miraste. Eso y nada más; lo miraste a los ojos, y le sostuviste la mirada, y él te la sostuvo a vos, y nadie tuvo que decir nada.

Tiempo después él te contó que murió con esa mirada (green eyes, te llamaba), y que volvió a nacer ahí mismo, y vio que su mano, como si de otro, iba y agarraba la tuya y la apretaba como si fueras vos desnuda. Y vos, totalmente decidida y a la vez sin la más perra idea de qué hacer con eso, con tu carga de hermana mayor siempre perfecta, siempre bonita, con tu vieja que te miraba como si estuviera en el asiento de atrás, con tu vida limpia y ordenadita, con el María Auxiliadora a cuestas.

Llegando te quiso besar y le pediste que no, por esas incoherencias absolutamente razonables que sólo las mujeres entendemos y atendemos. Porque eras pendeja, porque no tenías ni la más pálida idea, ni mapa, ni un puto GPS para que al menos te dijera “recalculando” una noche entera en vela.

Porque es así, se sufre más por las plegarias atendidas que por las que nunca han sido contestadas, como habías leído en algún lado. Al tener lo que querías supiste que - de varias maneras que todavía no te resultaban comprensibles - o te habías jodido por boluda o estabas por hacerlo.



Nobleza obliga: esta entrada fue remitida a nuestro mail firmado por un/a bolud@ anónim@ llamad@ Cy. No sabemos si agradecer alegremente u ofrecerle llorar juntos. A nosotras nos encanta que estas cosas ocurran...que escriban y ser inspiración, no que se jodan; ojo!! que para eso estamos las dueñas de casa!

 
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