Pateando calefones

Para variar lo conociste peleando. Le trazaste la raya en el piso cuando el señorito te vino con-que-esto-y-con-que-lo-otro, le dejaste bien clarito que vos no sos de esas y que para dirigirse a vos tenía que blandir como mínimo un título secundario, tener un vocabulario un poco más extenso que 30 miserables vocablos (en lo posible con 3 palabras esdrújulas y 2 con h intermedia) y un oficio que se ejerciera de saco y corbata al menos 4 días a la semana.

El tipo lo entendió y acató. Arrancaron la cosa medio midiéndose las pulgas sin siquiera atisbar que al poquito tiempo iban a rascarse las espaldas y a fortarse los pupitos.

El primer día que salieron fueron al cine. Te demostró que tenía buenos modales cuando te abrió la puerta del auto y observaste que está atento a tus emociones cuando en un giro romántico de la peli te largaste a llorar con tanta vehemencia que no sólo te alcanzó un pañuelo sino que te preguntó si te sentías bien, y hasta te ofreció un rivotryl mientras te sostenía de la manito.

Todo dicho con mucha consideración de su parte; sobre todo teniendo en cuenta que no hizo ni el más mínimo comentario sobre el estado desastroso en que tenías la cara cuando prendieron esas luces espantosas, ateniéndose a preguntar si querías pasar por el toilette antes de ir a tomar un rico cafecito expresso o tal vez un frapuchino. Coca Cola también podía ser te dijo.

Vos venías medio escorada transitando desamores y él - que no iba a pasar de la categoría de Mientras Tanto - dió violento volantazo cuando arrimó el bochín con los chicos. Al poquito tiempo le colgaste el cartelito de Bichi en la pechera y y se dedicaron a disfrutar de paseos al aire libre en las tardecitas de sol invernal tomando cafecitos por los barcitos porteños.

Andabas así con el Bichi colgado del brazo fin de semana por medio por Parque Rivadavia comprando DVD truchos o recorriendo alguna muestra o museo cuando un domingo al pegar el manotazo mañanero notaste su ausencia.

El Bichi se había escabullido a tempranas horas del lecho amoroso y estaba sentado en tu living mirando la carrera en tu televisor, en calzoncillos y fumando como sapo; cuando te vió parada ahí con cara de que tener medio minuto para explicar la teoría de desarrollo genético que rige la reproducción de las amebas del Orinco te espantó con la manito como si fueses una mosca y te dijo correte que me tapás, dale que ya termina. Tontita.

Fueron sus últimas palabras y fue también una pena que no mantuviese el silencio eterno al que lo condenaste después de aquel portazo seguido por un tontita tu madrina, cruza de pelotudo a pedal con inservible a cuerda, porque hace unos días que te mandó ese mail diciendo que si te sobraba un termotanque le avises porque necesitaba uno para un experimento que estaba organizando.

Jodete por boluda si no lo corriste cual Freddy Kruger de cabotaje blandiendo la minipimer al grito de cortala con avisarme lo que haces de tu vida pedazo de gaznápiro, pazguato, fantoche, insensible, badulaque patético porque a los 10 días te mandó otro mail diciendo que ya tenía el tema solucionado y que en un futuro no muy lejano te iba a contar lo del experimento con el aparato.