Digo yo, que soy Blackmamba: conminada por mi coequiper que anoche en un rapto de violencia emocional me sugirió que me sentara a escribir con carácter de urgencia, aquí estoy. Debo confesarles que esgrimí todo tipo de excusas, que tengo mucho trabajo, que la gata no quiere que yo... escriba más, que la inspiración no me llega, en fin… Sugerí tímidamente contarle la historia con lujo de detalles para que ella se las contara a ustedes. Sepan que lo único que atinó a decirme fue: de ser necesario te vas al baño con la PC a inspirarte pero sentate a escribir de una vez! Y aquí estoy para contarles una bonita historia (ella se las hubiera contado mucho mejor, haganselonn saber por favor).
Corría el dos mil uno en la Cordillera, un diciembre distinto sacudido por las noticias que te dejaban el alma en estado de alerta inminente. Nadie podía decir que Julio era un tipo desinformado, la política era su vida, su razón de ser. A él recurrían todos cuándo querían enterarse de lo que pasaba en esa capital del país tan lejana pero a la vez tan presente. Julio devoraba cada mañana cuánto diario podía y entre medialuna y medialuna iba agrandando su úlcera gástrica cada día un poco más. Era solo, se había separado hace mucho y andaba buscando quién le quitara el sueño en esas siestas de provincia que le resultaban tan monótonas.
Silvina era artista; artista se definía y se sentía. Soltera con vocación de novia tenía en su haber varios encuentros fallidos con señores. Cenas en las que no podía esconder sus bostezos. Las ganas la iban abandonando y rebelando contra todos esos candidatos que le presentaba la vida. No le interesaba la política ni la historia, sabía que San Martín había cruzado los Andes sólo por una mera cuestión geográfica. Un día charlando con amigas decidió dejar de perder noches con señores y modificar su modus operandi, los citaría a la tarde para un rápido cafecito y así no tener que sentir que agigantaba en su vida la columna del debe.
Julio pensó que solo una loca lo citaba alegremente a esa hora, sin pensar siquiera si él trabajaba o no, pero relojeó la foto de Silvina y se dijo “será loca pero linda” y aceptó. Quedaron un 19 de diciembre a las seis de la tarde sin saber que ese día iba a resultar un antes y un después no sólo para ellos.
Ya camino al encuentro Julio intentaba no dejar su mano con muñones escuchando la radio, no veía la hora de llegar a su casa, encender la televisión y ver que estaba pasando. Su grado de nerviosismo le hacía hablar solo en el auto y no termino en una acequia porque la neurona derecha le iba pateando el cerebro cada veinte metros. Pensaba mil formas de eludir el encuentro, bajarse del auto, verla y explicarle que el país explotaba y él necesitaba ser testigo directo. Que la Patria vivía horas negras y él jamás se perdonaría no haber estado.
Bajó del auto, apresurado, mentalmente inventando mil excusas y la vio. Sintió que una mano invisible le apretujaba la garganta, y una risa loca pugnaba por salírsele. Linda, era linda con una sonrisa por la que muchos hubieran querido vivir. Solo atinó a abrirle la puerta mientras la amnesia informativa se apoderaba de su persona. Terminaron en la Cordillera, charlando hasta que amaneció. Más allá, la Plaza, el helicóptero y el sushi desapareciendo de la escena política del país. Y ellos ahí de la mano, mirando la luna, sintiendo por primera vez los efectos de un flechazo mutuo.
Al día siguiente, el teléfono de Julio no paraba de sonar, todos querían hablar con el gurú de la familia, y él solo atinaba a decir: “No sé nada, volví tarde”
Hace diez años que están juntos, dos hijos, la vida los hizo encontrarse en un día negro para la Patria, pero jodete por boluda si no creés que el destino es un duende que nos pone a prueba a veces..... sólo a veces.