Por Aerolíneas Argentinas, pensaste al sacar el boleto,
yo viajo por la Aerolínea de mi país carajo mierda, que no le voy a dar de comer a nuestros hermanos trasandinos. Y solo te faltó cantar el Himno mientras mandabas el mail confirmando la compra de pasaje.
Hiciste el check-in por mail, mientras te convencías que los pilotos argentinos son los mejores del mundo, que el avión iba a ser cómodo y que la comida al menos iba a ser reconocible.
Llegaste al aeropuerto con todos tus bártulos, mientras veías como una trataba de que le aceptaran una bolsa de consorcio como equipaje, ahí tomaste nota mental de la importancia de viajar con enseres presentables y no como quien va a la puerta camino al container dejando basura.
Ya te llamó la atención un grupete de compatriotas con cara de culo amontonados en el mostrador con gesto de haber estallado otra crisis económica y nuevo corralito. Te acercaste curiosa para preguntar el por qué de semejante semblante, si la vida es divina y tenemos aerolínea propia.
-No sale el avión, te dijo uno.
-Lo están trayendo de aeroparque; te dijo otro. Y vos imaginaste a un Boeing bajando por Alberdi con las balizas puestas.
Te acomodaste dispuesta a esperar porque otra no queda, porque uno en esas circunstancias en un rehén. Porque la señora a tu lado contaba una charla interesantísima mientras vos ibas ideando la manera de desaparecer una vez que el avión llegara, porque odias esa cosa tan argentina de pedirse los teléfonos, luego de dos horas de charla, o de compartir una carpa en la playa.
Luego de cinco horas, cuatro cortados, dos medialunas y tres diarios embarcaste y ahí la conociste…
Se te acercó riendo, diciendo buenos días a viva voz a pesar de que eran las seis de la tarde, declaro alegremente a quien quisiera escucharla:
- Que se sienten donde se les de la gana si total vamos vacíos.
- La pelotuda de Mary no se presento hoy, ¿Verdad?
Te sorprendió esa desfachatez, mientras te ubicabas en la fila anterior a la de bolsa de consorcio y a dos filas del joven gringo émulo de Brad Pitt.
La azafata seguía parloteando con sus amigas, como si estuviera en su living o en la esquina de algún bar de Palermo.
Todo venía bien hasta que Brad Pitt se saco su chaqueta, y sus aromas evidenciaban una falta total de decoro y Rexona. Mientras “ella” repartía los snacks te pareció extraño que al pasar por al lado del joven se tapara la nariz o aventara el aire con sus manos. Pero lo tomaste con resignación por ahí la pobre tenía olfato de basset hound y maneras de Giannina Dinorah.
Cuando la de la bolsa de consorcio la comenzó a llamar aduciendo que se sentía mareada, ella le contesto recostándose sobre el respaldo de tu butaca:
- ¿Qué síntomas tiene?
- Me duele la cabeza tengo ganas de vomitar, dijo la propietaria de la bolsa de consorcio.
- Yo no puedo darle nada, no soy médico, si quiere pregunto por ahí alguno de acá sabe algo de eso y puede ayudarla. ¿Tiene bolsa a mano?
Acto seguido retrocedió y se retiró a seguir dialogando con sus otras compañeras, mientras yo relojeaba a la de la bolsa pensando que no iba a volver que mejor le doy mi bolsa. Efectivamente no volvió.
A la media hora se escucha al piloto explicar que había turbulencias que al pasar sobre los Andes íbamos a sentir unos pequeños zarandeos.
La de la bolsa, presa del pánico, llama a nuestra azafata y le pregunta:
- ¿Qué dijo? ¡No entiendo lo que dijo el piloto!
- Dijo que el avión se va a mover un poco cuando pasemos por encima de los Andes.
- ¿Pero es peligroso?
- No es peligroso, usted quédese sentada ahí quietita.
- Pero nos puede pasar algo, ¿Cómo nos damos cuenta?
Y ahí con tono de Bidart entonando Cambalache le disparó:
- Señora no se preocupe por entender al piloto, no pasa nada, y de llegar a estrellarnos nadie le va a avisar nada, usted en ese caso sólo verá como caen las mascarillas de oxígeno, así que quédese tranquila.
Y diciendo esto se retiró para no volver jamás.
Jodete por boluda, si pensaste que solo unos pocos cortamos los piolines en nuestras actividades diarias y remuneradas.